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AVES DE ESPAÑA

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EL MIRLO: Un ave urbanita


autor:

Elvira Sánchez, Dra. en Biología

El mirlo común (Turdus merula) es uno de los pájaros más populares de Europa, aunque en los escritos sobre ornitología de hace 150 años se decía que era un ave bastante rara. Se encuentra ampliamente distribuido en parques y jardines, en los cuales busca lombrices de las que alimentarse. Comparte el nombre vulgar de “tordo” con otras muchas especies de aves, como el zorzal y otros pájaros de color negro, tales como estorninos, grajillas, cornejas o chovas.

Es una especie que se ha adaptado magnificamente a medios urbanos, tanto que forma parte de la fauna habitual de los jardines de las grandes ciudades.

El macho de mirlo común es de color negro intenso, con el contorno de los ojos y el pico amarillo anaranjado que resaltan vivamente sobre el resto del cuerpo. La hembra es marrón más o menos uniforme, en tanto que los jóvenes son de color pardo oscuro moteado. El pico de las hembras y los jóvenes es amarillo, pero mucho menos intenso que el de los machos.

El canto de los machos es aflautado, grave y pausado y se les puede oír desde finales del invierno hasta el otoño. Canta siempre en lugares donde puede ser bien visto y oído, desde la punta de un árbol, la antena de una televisión o una farola. Con su canto delimita su territorio, advirtiendo de su presencia a otros machos posibles competidores.

Come en el suelo, dando saltos y moviendo las alas y la cola con un balanceo característico. Caza insectos, caracoles, babosas y lombrices, estando especializado en la captura de éstas últimas ya que mediante su pico escarba la tierra y tira de ellas sin partirlas, sin prisa pero sin pausa. Este es un espectáculo de los más entretenidos de la naturaleza que podemos observar en nuestro jardín ya que su habilidad en la captura es sorprendente. Además de las lombrices puede, en ocasiones, alimentarse de frutos y semillas. Entre otros, siente predilección por las cerezas, lo que hace que algunos agricultores le reciban a tiros durante la primavera.

Son aves sedentarias, aunque algunas poblaciones europeas migran hacia el sur en busca de alimento. Se distribuyen desde las zonas costeras hasta el límite superior de los bosques, apareciendo en raras ocasiones en áreas de matorral sin árboles y estando ausente por completo en zonas esteparias y desérticas. El mirlo común necesita cobertura vegetal de árboles y arbustos donde instalar su nido. No obstante, si la vegetación es cerrada, puede hacer el nido en zarzas, hiedras e incluso en raíces a nivel del suelo.

La hembra construye el nido, que es una taza grande y sólida de tallos, hierbas y hojas secas, tapizado de una capa de barro y otra superior de hierba seca muy fina y restos de hojas.

Comienzan el período de cría entre febrero y abril dependiendo de las condiciones climatológicas. La puesta se compone de 4 ó 5 huevos, aunque excepcionalmente puede haber puestas de 9 huevos. Éstos son de color azul claro brillante y de unos 3 cm de largo. Puede haber dos o tres puestas, incluso a veces, cuatro al año. La hembra pone los huevos a intervalos de 24 horas y la incubación corre totalmente a su cargo. Tras unos 15 días nacen los pollos que permanecen en el nido hasta 20 días después de su nacimiento. Son alimentados por los padres, incluso 3 semanas después de abandonar el nido.

Instalar un comedero de aves es algo barato y sencillo y rellenándolo periódicamente en los meses más crudos del invierno, podemos ayudar a numerosas aves, entre las que puede encontrarse el mirlo común que puede tener dificultades a la hora de alimentarse por la ausencia de insectos y caracoles y por la dureza del suelo helado. El esfuerzo de poner un comedero puede verse recompensado unos meses después con la aparición de una familia de mirlos saltando por nuestro jardín capturando lombrices, eliminando insectos o deleitándonos con su canto.




 
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El Petirrojo: Una nota de color en el frío invierno


autor:

 Elvira Sánchez, Dra. en Biología

El petirrojo es, seguramente, uno de los pájaros en los que la curiosidad se encuentra más desarrollada. Muchos de nosotros nos hemos visto sorprendidos cuando, tras unos minutos de trabajo invernal en el jardín, removiendo tierra, cavando o podando alguna zona, hemos recibido la visita de esta ave que, desde un apostadero cercano, arbusto, poste o cerca, espera nervioso a que terminemos nuestra tarea para abalanzarse sobre la zona trabajada para buscar alimento.

El petirrojo (Erithacus rubecula), también llamado pit-roig en Cataluña y txantxangorri en el País Vasco, es un ave paseriforme de la familia de los Túrdidos, vulgarmente llamados tordos. En esta familia también se incluyen las collalbas, tarabillas, zorzales, ruiseñores, colirrojos, roqueros y mirlos.

Este pajarillo de unos 15 cm de altura, es rechoncho, marrón uniforme en las partes superiores, rojo anaranjado en el cuello, cara y pecho y vientre blanquecino. Los jóvenes, hasta que mudan por primera vez sus plumas, son de color gris-pardo moteado. Tiene las patas delgadas y largas y los ojos grandes y negros, lo que le confiere un aspecto amigable. Y sin embargo, el petirrojo tiene un espíritu belicoso, ya que son aves que defienden violentamente su territorio frente a otros de su misma especie, sobre todo en época de cría. Su canto inconfundible está formado por un “tic” que nos recuerda, cuando lo repite varias veces, a cómo suena un reloj de juguete (tic-ic-ic…).

Se alimenta de insectos, lombrices y pequeños invertebrados, que busca dando saltitos por el suelo, para lo cual utiliza su fino pico tan diferente del pico grueso que poseen los granívoros como el gorrión o el jilguero. No obstante, en invierno amplía su dieta a semillas, bayas y frutos, e incluso no desdeña picotear restos de pan colocados en un comedero en el jardín.

Más frecuente en invierno

Durante los meses fríos es más frecuente observar a los petirrojos en nuestra Península debido a la migración que éstos realizan a finales de agosto desde zonas europeas para pasar el invierno, con lo que la población que vive sedentaria en nuestro país se ve incrementada por estos visitantes que acuden en busca de lugares más cálidos. Migran de noche y descansan y reponen fuerzas durante el día, aunque en este viaje muchos pierden la vida presa de los cepos y los cebos envenenados que les esperan en los sotos y bosques, a pesar de ser totalmente ilegales.

En los meses primaverales los petirrojos se muestran más esquivos y es mucho más difícil observarlos ya que la cría empieza a finales de marzo y continúa hasta primeros de junio. Cría en bosques espesos de pinos o robles con o sin matorrales y ocasionalmente en plantaciones, huertos y jardines. Hace su nido en agujeros de tocones de árboles o a baja altura en los troncos, en taludes, entre raíces o matorrales bajos y en ocasiones, en paredes de edificaciones. El nido lo construye la hembra y está formado por un tazón fabricado con hojas secas, hierba, musgo y raíces finas

El aprovechado cuco

Normalmente ponen cinco o seis huevos dos o tres veces en la época de cría, que sólo son incubados por la hembra, alimentada ésta por el macho. Los pollos tienen plumón de color gris oscuro y la boca naranja y amarilla para llamar la atención de sus padres, que son los que los cuidan y alimentan. Al cabo de once o doce días abandonan el nido, aunque en ocasiones sólo es un pollo el que lo hace, el del cuco. Y es que el cuco es un ave que parasita el nido de otros pájaros, generalmente mucho más pequeños que él, siendo el petirrojo uno de los hospedadores más frecuentes en el norte de España. De este modo, el pollo adoptado se deshace de sus hermanastros petirrojos tirándoles del nido o simplemente recibiendo todo el alimento que traen al nido sus padres adoptivos abriendo su enorme boca.

Cuando acaba el verano, mudan su plumaje y renuevan el canto, melancólico y muy agradable que marca sus territorios de invernada, cada individuo separado de sus congéneres, defendiendo cada cual su parcela exclusiva, que puede ser nuestro jardín si habilitamos un comedero.

Es un pájaro popular por ser abundante y familiar con el ser humano y también, si preguntamos a los más mayores, por la leyenda que comparte con la golondrina, de haber quitado las espinas de Cristo en el Calvario, salpicándole la sangre el pecho, que para siempre lucirá de rojo anaranjado.




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La cigüeña

autor:
Carlos González-Amezúa

Si hemos de hacer caso a nuestras abuelas, todos somos oriundos de París, de donde llegamos en vuelo regular a bordo de una cigüeña. En aquellos tiempos, este tipo de vuelos solían adelantarse (algo impensable hoy en día) y pillaban a papá y mamá en total y completo “deshabillé”. No sabemos si ha sido por su condición de “paquete bebé-express” o si dicha condición se debe a otro motivo, el hecho es que la cigüeña goza desde tiempo inmemorial del favor del pueblo. Es, casi, el animal sagrado de la civilización judeo-cristiana. A nadie se le ocurre hacer daño a una cigüeña (a casi nadie, que hay bestias para todo). Ni siguiera el más desaprensivo de los cazadores osa poner a semejante ave en su punto de mira: Por mal que se le haya dado la jornada de caza, ni se le pasa por la imaginación. ¿De dónde viene este carácter sagrado de un animal, en el país donde nada es sagrado?

Vidas paralelas

La “cigu” y el hombre han sido durante miles de años buenos amigos. Hace mucho tiempo, seguramente en el antiguo Egipto, alguien se dio cuenta de que, cuando se araba un campo o se recolectaba el cereal, ejércitos de cigüeñas realizaban una verdadera criba del terreno, paso a paso, comiendo insectos y roedores, considerados como dañinos. Esta actividad de limpieza debió resultar grata a los ojos de la sociedad, y se empezó a respetar al animal que tan concienzudamente la ejecutaba. Aún hoy, es fácil ver en campos de Castilla recién cosechados, verdaderos “rebaños” de cigüeñas comistrajeando todo lo que corre o salta de entre los rastrojos.

No conocemos de ninguna deidad egipcia representando a la “cigu”, pero eso no quiere decir que no existiera. No obstante, en lo referente a proteger las cosechas de los roedores, ya tenían al gato como deidad, al cual embalsamaban y momificaban una vez fallecido, con gran respeto y abnegación.

De caer en gracia... a ser gracioso

De animal útil se pasó con cierta facilidad a animal respetado, y de ahí a animal sagrado o legendario. La utilidad de la “cigu” perduró lo que perduraron las cosechas y las plagas. Pero, ¡ay!, todo termina, y a principios de siglo llegaron los pesticidas y los abonos, y la tierra redobló su producción de manera artificial y vertiginosa. Qué importaba que la cigüeña comiera saltamontes; esa labor ejecutoria la realizaba con mucha mayor eficacia el insecticida de turno. ¿Que unos ratoncillos han echado a perder una panocha? Es un daño irrelevante frente a las dos cosechas de maíz que tendremos este año gracias al fertilizante.

Y así, poco a poco, la cigüeña comenzó a ser molesta. No se la mataba, pero sus voluminosos nidos perjudicaban los edificios, y sus excrementos afeaban el atrio de la iglesia. Cada vez que se reformaba un tejado, se aprovechaba para quitar de en medio el nido de la “cigu”.

Otro animal habría dicho: ”Ahí os quedáis”. Pero la “cigu” es un ave que se empareja de por vida, y regresa año tras año a su nido “de siempre”. Nuestra pobre cigüeña, fiel entre las fieles, devota entre las devotas, al volver de África y encontrar que de su tejado había desaparecido el nido, quedaba perpleja y ese año perdía la pollada. Lentamente, la población de cigüeñas fue descendiendo hasta hacerse crítica, a mediados de los setenta.

¡Alarma!

La cigüeña está desapareciendo. ¿Quién traerá a nuestros niños de París? Porque en Iberia no podemos confiar...

El régimen de Franco, tan previsor en todo lo concerniente a la moral pública, podía haberse dado cuenta de que si faltaba la cigüeña, las mujeres tendrían que dar a luz, algo bastante embarazoso de explicar a los niños de la época (según el criterio de entonces). Pero no fue él quien invirtió el signo de los acontecimientos, sino la naciente conciencia ecológica de los españoles. De pronto nos dimos cuenta de que podíamos perder una compañera de viaje que siempre nos había sido útil y fiel. Comenzaron a hacerse estudios sobre el impacto que los nidos de cigüeña ejercían sobre tejados y campanarios y, —sorpresa— , se vio que era insignificante frente a otros agentes, como la humedad, el desarrollo de vegetación, la pudrición de vigas, el peso exagerado de cubiertas, etc. Y poco a poco, la “cigu” fue recuperando el terreno que nunca debió perder. Aprendimos a quererla por sí misma, y su papel de transportista de bebés pasó a un segundo plano frente a su único y verdadero yo: El de ser cigüeña.

La actualidad

Hoy veranean en España unas 35.000 cigüeñas. No son muchas, pero si una mejoría notable respecto a las 11.000 que lo hacían en 1981.

Su hábitat sigue invariable; son como esa gatita zalamera que, pudiendo elegir almohadones mullidos y suaves terciopelos, prefiere acurrucarse a ronronear justo bajo nuestra papada.

Nosotros, en Colmenarejo, tenemos nuestra pareja de cigüeñas, que cada año sacan adelante uno o más cigoñinos en su nido de la iglesia de Santiago. Y ya no hay más en todo el municipio. De todos los hábitats posibles, la “cigu” elige estar a nuestro lado. Y así, el lugar con mayor densidad de parejas siempre coincide con núcleos urbanos. Salamanca es uno de los más privilegiados, con cerca de 100 individuos. Pero si Salamanca sorprende, León apabulla. En sus campos “pacen” verdaderos rebaños de ciconiformes. Pero esto no es nada si lo comparamos con un pequeño pueblo de Cáceres, que ostenta el récord de cigüeñas. Baste decir que existen más “cigus” que habitantes tiene el lugar.

El futuro

Una vez recuperado el prestigio social, la “cigu” se enfrenta a otros problemas. Los tendidos eléctricos son, una vez más, el principal azote de estas aves. Su afición a rebuscar en los vertederos es un grave riesgo para ellas: Se envenenan, sufren accidentes con cuerdas y alambres, etc. La contaminación creciente de nuestros cauces fluviales y charcas es otro enemigo que ellas no son capaces de percibir a tiempo. El uso cada vez más abusivo de pesticidas termina con su despensa o, lo que es peor, la envenena.

Existen otros factores causantes de gran mortandad entre estas simpáticas aves. Aunque sorprenda, algunos pueblos africanos esperan con ansiedad la llegada invernal de la cigüeña a la que abaten por millares; algo parecido a lo que hacemos nosotros con los patos.

Algunos autores consideran que el coleccionismo de huevos y crías también merman de manera significativa a este ave. Recordemos que robar un huevo de cigüeña esta castigado con multa de 100.000 pesetas.

Si esto fuera un cuento para niños, atribuiríamos el récord negativo de natalidad en España a la situación de la cigüeña. Ningún investigador ha relacionado ambos acontecimientos, pero, ¿significa eso que verdaderamente no estén relacionados? La desaparición de las grandes chimeneas —por donde dejaban caer las “cigus” su preciada carga— también puede tener su influencia. Sea como fuere, nuestra existencia lleva demasiados años ligada a la de las cigüeñas como para pasar por alto su presencia.






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Los gorriones


Autor:

Elvira Sánchez, Dra. en Biología

Con el nombre de gorriones se conocen a varias especies de aves de unos 15 cm de longitud, rechonchos, con el pico grueso adaptado a su alimentación granívora y generalmente carentes de colores vivos, predominando los grises y marrones en su plumaje. En algunas especies hay diferencia entre los machos y las hembras, pero en otras son prácticamente iguales.

El gorrión común (Passer domesticus), llamado también “gurriato”, es el pájaro más conocido por todos y se utiliza siempre para describir otras especies por comparación con él. El macho es marrón, gris y blanco, destacando como diferencias con otras especies de gorriones la parte superior de la cabeza de color gris y una mancha negra en el pecho. Esta mancha es pequeña en otoño y crece en primavera, no porque cambie el plumaje, sino porque al desgastarse con el uso, aparece el color negro de la parte interior de las plumas. La hembra y los jóvenes carecen de la garganta negra y son de un apagado color pardo por la parte superior y gris en la inferior, sin ninguna marca distintiva.

A finales del invierno empiezan la época de celo, con persecuciones ruidosas en las que están implicados varios machos y hembras. No obstante, la cría no se realiza hasta mayo o junio, aunque recuperan el tiempo y crían dos o tres polladas en la temporada.

El gorrión común está muy ligado al hombre, instalando sus nidos en tejados, agujeros de paredes de casas, iglesias, corrales, puentes, almacenes... Muy pocas veces cría en árboles o arbustos. El nido es muy burdo, hecho de hierbas, plumas y hojas, entre las que también podemos encontrar papeles y plásticos.

Es muy sociable, casi siempre aparece en grupos y no sólo de la misma especie, sino con otras especies de gorriones o similares. En invierno, suelen reunirse a dormir todos juntos. Estos “dormideros” los instalan en árboles, casas o en zonas mínimamente protegidas de la intemperie.

El gorrión molinero (Passer montanus), llamado “gorrión de campo”, es menos conocido y a veces confundido con el gorrión común. En efecto, es difícil distinguirlos a distancia, aunque si los observamos con prismáticos, veremos que el gorrión molinero es algo más pequeño que el común, tiene dos manchas oscuras en las mejillas y la parte superior de la cabeza es de color marrón. En esta especie los machos y las hembras son iguales, y los jóvenes tienen el color más apagado y la mancha de la mejilla prácticamente inapreciable.

Anida en agujeros de muros, árboles y en los mismos lugares que el gorrión común cuando éste, más fuerte y dominante, se lo permite. Anida en pequeñas colonias, construyendo una cama con ramitas secas y sobre ésta un colchón de plumas.

En abril empieza la puesta de huevos, entre 5 ó 6, y pudiendo haber hasta tres puestas. Se ha comprobado que los gorriones molineros son migradores. Las poblaciones del norte de Europa se desplazan hacia el sur en invierno buscando un clima más benigno, por lo que en el mes de octubre es posible encontrarlos con más facilidad.

Su alimentación se basa en semillas de plantas cultivadas, aunque se alimenta también de silvestres.

El gorrión moruno (Passer hispanolensis), se encuentra principalmente en Extremadura, a lo largo del curso del río Guadiana. Los machos se diferencian del gorrión común en que tienen la parte superior de la cabeza marrón y porque tienen unas intensas manchas negras en el dorso, laterales y pecho. Las hembras, en cambio, son muy difíciles de identificar porque no tienen nada que resalte en su plumaje.

En las áreas donde coincide con el gorrión común, el gorrión moruno se instala en zonas más rurales, dejando las urbanas al común.

En algunas ocasiones se han constatado hibridaciones entre las dos especies.

El gorrión chillón (Petronia petronia), es el “gorrión de monte”, y a primera vista, se confunde fácilmente con una hembra de gorrión común. Si lo observamos con más detenimiento comprobamos que el chillón tiene las alas más grandes que el común, las patas más robustas, la cola más corta, el pico más fuerte y además, los sexos son iguales. Presenta también una ceja clara y una mancha amarilla en la garganta, aunque es difícil de observar.

También puede ayudarnos a su identificación su conducta mucho más retraída que el resto de los gorriones, así como su forma de desplazarse, que en el gorrión chillón no es a saltos sino andando.

A diferencia del resto de gorriones, los pollos de los chillones no nacen desnudos, sino que les recubre un ligero plumón.

El gorrión alpino (Montifringilla nivalis), vive en la alta montaña, en unas condiciones climáticas duras que muy pocas especies de aves pueden soportar.

Es algo mayor que el gorrión común, con la cabeza gris, la espalda marrón, la cola negra y el vientre blanquecino con una pequeña mancha negra en el pecho. Las hembras y los jóvenes son muy parecidos a los machos, aunque con los colores del plumaje menos destacados.

Vive siempre por encima de los 2.000 metros de altitud y siempre en densidades pequeñas, como ocurre con todas las especies que tienen que desarrollarse en estos tipos de hábitats.

Hay además de éstas, otras especies de gorriones, de distribución más oriental y que sólo accidentalmente podríamos observar en la Península Ibérica.